Llevamos ya unas cuántas semanas de confinamiento. Quién más, quién menos, hemos transitado por la comodidad de trabajar en casa a la tristeza de la falta del calor del otro en un abrazo o en un beso, del aplauso entusiasta de las ocho de la tarde a la apatía y el hastío de un día que es igual que el anterior y que será igual al de mañana. Y aquí, que me ha aparecido un pensamiento recurrente, obsesivo, cada día, todos los días… ¡y es que todos los días pienso que mañana es viernes!
Hoy que estoy escribiéndolo, paradójicamente, estoy en lo cierto. Mañana será viernes. Me gustaría que fuera un viernes como los de antes, de los de hace un mes. De salir del trabajo con un par de días por delante para mí, para compartir con mi gente; de una cena a primera hora con los amigos en una terraza para luego irnos al cine, a un concertillo o al teatro. Y es que lo echo de menos, me faltan esos días, esos fines de semana de vermut al mediodía, o de un desayuno y un brunch, y para hacer tiempo, una expo…
¿Será posible algún día? Me lo pregunto mientras leo y escucho a economistas, políticos y científicos hablar de un nuevo orden mundial, de recesión, de crisis, de alejamiento social. No dudo ni por un momento que tengan razón. ¿Quién soy yo para llevar la contraria a los expertos?!
Pero en todo lo que oigo, me falta algo. Esencial. A nosotros, a las personas. Predicen una nueva sociedad sin contar con los que la hacemos posible. Se me antoja que, ante criterios racionales, con Método, ante el poder de la Razón, debemos mirarnos al espejo que refleja nuestros sentimientos. Si la humanidad hubiera avanzado sólo desde la perspectiva del raciocinio nuestra historia sería otra. Si la Razón fuera lo que nos mueve, afirmo con total clarividencia que, nos ahorraríamos algunos de los actuales liderazgos populistas, sin ir más lejos.
No soy futurólogo. No creo en esas cosas, los horóscopos me dan risa, no lo puedo evitar desde que leí en mi juventud “Bajo el Signo de los Astros” de Thedodor W. Adorno, pero se me figura que cuando se levante el confinamiento, aunque sea gradual y paulatinamente, – cuando podamos dejar atrás tanto esfuerzo y dolor-, lo que nos apetecerá será darnos el gusto ¿Y Por qué no un poco de Carpe Diem? Hacía aquí nos dirigiremos, también.
Quien pueda, se los gastará. Y preveo que el consumo de productos de lujo repuntará. Y los que no podamos, nos daremos un capricho, la compra compulsiva, aquello que nos venga en gana… ¿Por qué no? ¡Un día es un día!
Y habrá una primavera cultural, un resurgir del talento, de la creatividad, de las ideas locas. Eso creo, espero y deseo. Haremos de la necesidad, virtud, y nos reinventaremos, como ya hicimos en los años 20 del Siglo XX. ¡Después de la Gran Guerra, hubo esa explosión de hedonismo, de innovación, de creernos que todo era posible!
Como especie no somos lobos solitarios, somos tribu. “Nos dibujaron así” diría Jessica Rabbit. Por eso, el día que podamos salir libremente a la calle, con los labios pintados del más intenso de los rojos, para besarnos como si no hubiera mañana, habremos de hacer posible aquello que la ciencia y el sentido común exigen con aquello que la gente queremos, de cómo queremos vivir, con aquello que estamos dispuestos a sacrificar y, sobre todo, con aquellas cosas a las que no vamos a renunciar. De esto va. ¿Están las organizaciones preparadas para asumir las necesidades y deseos de las personas? ¿Saben las administraciones como dar respuesta a la ciudadanía? ¿Cómo nos van a interpelar los nuevos estilos de vida, los nuevos consumos? ¿Cómo encajar este puzle de obligaciones, derechos, necesidades y deseos? Hay que empezar a buscar respuestas ya y hacernos las preguntas correctas.
Y seguro que la respuesta anda ahí, en ese cruce y equilibrio complejo, donde todos tenemos una parte de verdad y una parte de responsabilidad.
En todo caso, tal y como decimos en casa ¿Por qué elegir cuando podemos tener Both?
Nos vemos en la calle, resplandecientes, pronto.
También te puede interesar:
Suscríbete a nuestra
newsletter
Contacto